El relieve de alturas y valles que encierra Los Ancares forma una frontera natural entre las comunidades de Castilla y León y Galicia.
León se adentra en territorio lucense con bravura y, al tiempo, con sigilo. Una comarca con una personalidad muy definida tanto en su paisaje como en sus tradiciones o su arquitectura que, en su expresión más emblemática, adopta la forma de palloza. Es ésta una construcción tradicional del noroeste peninsular de planta circular u oval de entre diez y veinte metros de diámetro. Las paredes, de escasa altura, están construidas en piedra y techadas por un manto tejido con tallos de centeno (u otra especie vegetal).
Las pallozas definen el paisaje y la forma de este espacio Reserva de la Biosfera declarado como tal por la Unesco en 2006.
Estas construcciones daban cabida, de forma conjunta, a los moradores de dos patas y a los de cuatro, el ganado. Su estructura servía de hecho para aprovechar el calor que desprendían los animales y ayudar así a sobrellevar la dureza de los inviernos que soportan por esta zona. Es en Los Ancares donde se conservan los mejores ejemplos de esta arquitectura tradicional y, en Balboa, donde se encuentran dos de los más visitados, entre ellos la Palloza de Balboa, restaurada para dotarla de las prestaciones que exigen los tiempos modernos, pero preservando su esencia.
Convertida en bar-restaurante, es frecuente toparse con la celebración de algún concierto de música celta que se funde a la perfección con el ambiente. Pero además puede constituir un buen lugar para entregarse a los placeres de la gastronomía que en este municipio son sumamente tentadores y variados. Desde los productos de la matanza (botillo, chorizo, jamón…) a otras delicias como la empanada, las castañas, la ternera de leche o los potajes de berza o de gallina.