La ruta propone uno de los recorridos más sugestivos por la Montaña leonesa central, a través de los valles de los ríos Curueño y Torío. Cruza un macizo calcáreo en el que las evidencias de la erosión kárstica son más que destacadas y accede a los puertos de la cordillera Cantábrica, con sus bosques y sus amplios pastizales. No faltan tampoco pueblos singulares, de montaña, así como las evidencias del amplio pasado que atesoran estos valles.
El circuito se inicia en (1) La Vecilla, un interesante pueblo con un caserío amplio y que cuenta con numerosos servicios turísticos, favorecidos por el paso del ferrocarril de vía estrecha. Algunos de los pueblos de la comarca, como Campohermoso o Aviados, custodian palacios y torres que hablan de las nobles familias que aquí tenían sus casas solariegas.
La Vecilla acoge también un curioso museo, dedicado al gallo de pluma de León, una especie que solo se cría en este valle, muy apreciada para la obtención de plumas con las que se montan moscas artificiales para la pesca deportiva. Su feria anual atrae a un gran número de aficionados a este deporte. Desde La Vecilla, la ruta toma dirección norte, siguiendo el curso del río Curueño. Pronto se adentra en el municipio de (2) Valdepiélago, elegido según cuenta la tradición por san Froilán para su retiro espiritual. En la ermita de Valdorria tuvo el santo su eremitorio, rememorado cada año en una sentida romería. Otros cenobios asentados en esta vega contribuyeron a la repoblación medieval de la zona; de ellos queda poco más que el recuerdo en la toponimia, como Valdecésar.
El río Curueño apenas se intuye en el paisaje gracias a la vegetación que lo acompaña. Sus aguas limpias y frescas son hábitat idóneo de la trucha, lo que favorece una numerosa afluencia de pescadores durante la temporada, que con la colaboración de guías de pesca locales completan un lance inolvidable. Por encima de Valdepiélago el río se encañona para atravesar las hoces de Nocedo y las de Valdeteja. Paredes verticales de caliza muestran la implacable acción del agua sobre la roca durante miles de años. Son formaciones que imponen condiciones implacables a la vida, por lo que las plantas y animales que aquí viven, presentan un alto grado de especialización y numerosas adaptaciones que les permiten sobrevivir.
La cascada de (3) Nocedo es otro enclave de interés, donde el agua se precipita en un salto de singular encanto. No lejos de allí, junto al río en las caldas de Nocedo, un manantial de aguas termales permitió, en el siglo pasado, el establecimiento de un balneario ahora en desuso.
Poco a poco, entre imponentes moles de caliza gris, y siempre hacia el norte, se llega a (4) Lugueros, capital del municipio de Valdelugueros, históricamente integrado en la montaña de Los Argüellos, un amplio territorio que los romanos denominaron Arbolio, quizá en alusión a su frondosa vegetación. A ellos se debe una intrincada red de calzadas que cruzaban la Cordillera por diversos puntos y que aquí se conocen gracias al notable conjunto de puentes que se ha conservado, alguno de ellos en parajes realmente evocadores.
Casas blasonadas y escudos embellecen algunas fachadas y dan cuenta de un pasado de esplendor. Numerosas historias y leyendas, como la de la Dama de Arintero, atestiguan la nobleza de sus gentes. Recónditos hayedos ocupan vaguadas frescas en las laderas, siempre buscando la humedad que ofrece el norte. Estamos en el León atlántico. Más allá de Lugueros, Cerulleda y Redipuertas son los últimos pueblos del valle antes de acceder al (5) puerto de Vegarada. Destino estival de rebaños trashumantes, hoy es también uno de los accesos a la estación de esquí de San Isidro, por la zona de Riopinos.
El puerto es imponente, con altivas cumbres que se despeñan sobre amplias camperas de pasto surcadas por arroyos meandriformes. Tras el deshielo, las camperas se llenan de flores de vistosos colores con las que atraen a los insectos polinizadores; deben completar su ciclo biológico en apenas unas semanas. En las lagunas estacionales viven ranas y otros anfibios como los tritones. Son auténticos reservorios de vida en la montaña.
Vegarada merece un paseo tranquilo para disfrutar de los imponentes paisajes y de la frescura del aire de la montaña; pero hay que proseguir la ruta, lo que obliga a deshacer en parte el camino recorrido. Justo antes de iniciar el desfiladero, será necesario tomar un desvío en dirección a Valdeteja que, a través de la collada del mismo nombre, permitirá acceder al vecino valle del Torío.
Franqueada la collada, se inicia el descenso y así se llega a Genicera, Lavandera, Pedrosa y Valverdín. La carretera llega al valle del Torío y al cruce con la otra que transita por él. Primero se visitará el municipio de (6) Cármenes, con sus rincones incomparables y todo tipo de servicios turísticos; pero merece subir hasta Piedrafita para descubrir algunos pueblos acantonados en la montaña o seguir a pie el trazado de la antigua calzada del puerto de Piedrafita.
Tras conocer las fuentes del Torío, que para algunos autores significa fuente fría, merece descubrir el resto del valle.
Rodeado por picos como el Polvoreda o Correcillas, se toma la carretera, ahora en dirección sur, hacia Vegacervera. En Felmín está el cruce que da acceso a las (7) cuevas de Valporquero y, si se continúa por la carretera, a las (8) Hoces de Vegacervera, una de las gargantas más conocidas de la provincia, donde el agua ha lamido la roca y tallado en ella formas insospechadas. Estas hoces se enmarcan en la misma formación geológica que las de Valdeteja, que se atravesaron en el recorrido por el Curueño. Pero las de Vegacervera son un poco más acusadas, lo que multiplica su espectacularidad. Pero las hoces son solo una de las manifestaciones de los procesos kársticos. El agua de lluvia se vuelve ligeramente ácida en contacto con el CO 2 atmosférico, lo que favorece la disolución de la caliza. Cualquier grieta, cualquier fisura, posibilitan que el agua se filtre hacia el interior de la roca y produzca, en el subsuelo, el mismo efecto que en la superficie, originando un complejo mundo subterráneo de cuevas, simas y galerías. Este es el caso de la cueva de Valporquero, uno de los principales atractivos turísticos de León. Tan interesante como la cueva, que los expertos califican como “endokarst”, es el entorno de la misma, donde se manifiestan otros tantos fenómenos kársticos, en forma de dolinas y sumideros, lapiaces y surgencias de agua. Una pequeña ruta por este “exokarst” permitirá obtener una idea completa del complejo modelado de la caliza en la zona, tanto en superficie, como en el subsuelo. Los más aventureros podrán atreverse con el conocido como “curso de aguas”, un circuito de espeleo-barranquismo por el curso de agua subterráneo vinculado a la cueva. Valporquero ofrece también el mirador de la Atalaya, desde donde percibir la belleza de estas montañas. Tras la lección de geología activa, hay que regresar a la carretera principal; de nuevo en el valle, la carretera serpentea junto al río y cruza las Hoces para llegar a (9) Vegacervera, otro punto estratégico para el turismo local. Es recomendable una parada para probar la cecina de chivo, uno de los productos más sobresalientes del valle. Aguas abajo, el paisaje se suaviza y, poco a poco, la montaña da paso a la vega fluvial. (10) Matallana de Torío es otro referente comarcal, en parte gracias a la estación de FEVE que favorece las comunicaciones con León. La zona conoció su auge el siglo pasado, cuando las minas de carbón estaban en plena producción; ahora apenas quedan sus evidencias en el paisaje.
Destaca en Matallana un interesante yacimiento de corales, que permite conocer cómo, hace millones de años, se gestaron estas imponentes moles de caliza gracias a los sedimentos depositados en un arcaico mar donde vivían seres bien distintos a los actuales.
Justo al salir de Matallana, una rotonda posibilita el retorno a La Vecilla, punto de inicio de este recorrido; también se puede visitar el curso bajo del Torío donde se mantiene el paisaje agrario tradicional a pesar de la proximidad a León.