La ruta propone un recorrido por algunas de las zonas menos conocidas del territorio. Se trata de un viaje por los valles meridionales de la comarca, caracterizados por el dominio de bosques de roble melojo e, incluso, de algunos encinares acantonados sobre la roca caliza desnuda. Propone la transición entre la vega del Esla y la cuenca del río Cea.
La ruta se inicia en (1) Cistierna, tradicional “puerta” de la Montaña. Su historia es antigua, lo que atestiguan algunas estelas vadinenses y el trazado de la calzada romana. Es un municipio activo, que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia rural y ofrece multitud de posibilidades al turismo, como su museo Ferroviario o el circuito de aguas bravas donde practicar todo tipo de deportes acuáticos, como piragüismo o rafting. Su arquitectura tradicional refiere la transición de la montaña hacia las vegas fluviales.
Casas solariegas, puentes romanos en el trazado de antiguas calzadas o el puente de Hierro, inspirado en las construcciones de Eiffel, son algunos de los elementos que se pueden visitar en la localidad o en algunos pueblos del municipio.
Desde Cistierna la ruta se dirige por la carretera CL-626 a Prado de la Guzpeña y luego a (2)Puente Almuhey, cuyo nombre mozárabe refiere el cruce de caminos que fue, con su hospital de peregrinos y su iglesia de traza románica dedicada a Nuestra Señora de las Angustias; tierras rojas y robledales acompañan el camino, pero es hora de tomar un desvío para descubrir el valle del Tuéjar, que en sus cabeceras, al pie de Peñacorada, custodia el santuario de la (3)Virgen de la Velilla, a la que tienen gran devoción los vecinos de la comarca. En Renedo se conservan los restos del antiguo palacio de los Prado y en San Martín de Valdetuéjar, la iglesia de origen románico exhibe una curiosa decoración.
De regreso a Puente Almuhey, unos kilómetros más allá, la ruta se desvía de nuevo, esta vez para remontar el curso del río Cea por la carretera LE-234. Primero se cruza el municipio de Valderrueda, nombre que parece referir el gran número de molinos o ruedas que aprovechaban sus aguas. Extensos robledales de gran interés biológico dominan el paisaje, como ya lo hicieran cuando fue trazada la calzada del Pando y la Cañada Real Leonesa Oriental, por la que cada año subían los rebaños de merinas que ocupaban los puertos de verano de la montaña de Riaño. El desfiladero de las Conjas es uno de los atractivos del viaje, pero cada pueblo ofrece rincones singulares que bien merecen un paseo tranquilo para ser descubiertos.
En (4)Morgovejo, por ejemplo, existió una preceptoría en la que se enseñaba latín y de la calidad de sus manantiales hablan los restos de un antiguo balneario, muy afamado en la comarca. En sus proximidades, todavía se levanta el viejo puente romano.
Curso arriba, el río se encañona entre los conglomerados del Curavacas, formando una pequeña hoz poblada de pinos silvestres. Por fin se llega a (5) Prioro, el último pueblo del recorrido, no sin dejar en un valle lateral a Tejerina. Ambas son localidades pequeñas, pero con un encanto especial. Tejerina, acantonado entre montañas y con amplias praderías, cuenta con algún molino restaurado y unos paisajes muy hermosos. No hay que olvidar una visita, dando un paseo, a la ermita de Nuestra Señora del Río o de “Retejerina” a la entrada de la localidad, ni a la cascada de El Gorgolón.
Prioro es cabeza de municipio. Cuenta con un interesante museo etnográfico y de la trashumancia que presenta diversos aspectos de la vida tradicional de la comarca, con especial atención a los pastores trashumantes.
Uno de sus reclamos es la fiesta del Pastor que, cada año, rememora la llegada al pueblo a finales de junio de los rebaños procedentes de Extremadura.
El pueblo en sí mismo merece un paseo tranquilo. Sus casas, sus hórreos, el chozo de pastores, su ermita y su iglesia conforman un conjunto interesante. A las afueras, un paseo permite descubrir los restos del corral de los lobos, una ingeniosa trampa para capturar al mayor enemigo de los ganados.
La ruta prosigue hasta el (6) puerto del Pando, a 1.566 m. de altitud. Allí el paisaje cambia; se abandonan las estrecheces del fondo de valle, los montes se hacen más abruptos y el bosque de roble albar empieza a alternar con bosque de haya, que busca las orientaciones más septentrionales. Las vistas bien merecen el llegar hasta aquí. En la subida, una pista conduce a la ermita de Nuestra Señora del Pando.
Al otro lado del puerto, la Montaña de Riaño y el valle de la Reina. Los hayedos se hacen protagonistas y las vistas… insuperables.